La semana pasada, a raíz de mi artículo inspirado en un correo electrónico de una venezolana que emigró a Canadá con su hijo, me llegaron muchos emails. Tristes unos, alegres otros; pero cuyo denominador común es lo polarizados que estamos como país, hasta el punto que una decisión tan difícil y personal como lo es: ¿Emigrar o no emigrar? Se convierte en un debate sin cuartel.
El relato que describo a continuación, es un email que recibí de David T, y el cual es muy jocoso, pero no por eso deja de ser muy realista y de una gran crudeza.
Estimado Carlos:
Noto con preocupación, que eso de irse del país, está siendo utilizado como una fórmula “mágica” para solucionar de golpe todos los problemas de nuestras vidas. Pero muchos, en su desesperación por arrancar de una vez, se olvidan el analizar a fondo ciertos detalles de su vida habitual y personal; siendo éstos, los que luego regresan a Venezuela, hablando mal del país al que fueron, y echándole la culpa de su fracaso.
Atentos, señores aspirantes al puesto de extranjero en un país del primer mundo:
- Si eres un “mamero” (visita a su mamá con frecuencia), o siente que la vida no tiene sentido si no sale los fines de semana con los panas a tomar cerveza, hacer una parrilla, tomarse unos vinitos, a pasar un buen rato. ¡No emigre!
- Si usted es de los que deja todo lo que esté haciendo, y cada vez que a un familiar o a un amigo, le da gripe o síntomas de depresión, sale raudo y veloz a ver qué le pasa. ¡No emigre!
- Si usted es de los que por tener un título universitario: ingeniero, médico, arquitecto, no recoge un cable del piso; y piensa que todas las empresas lo van a estar esperando. ¡No emigre!
- Si está acostumbrado a tener carro nuevo, y montarle todos los “periquitos”, luces, rines y cuanto consigue que se le pueda atornillar. ¡No emigre!
- Si nunca has fregado un plato, pasado un coleto o planchado una camisa, ya tú sabes. ¡No emigres!
- Si tienes un trabajo estable, una casa o un apartamentico (aunque lo estés pagando), tus hijos en colegios privados, aunque tengan algún compañerito que el papá sea chavista; igualito. ¡No emigres!
- Si no puedes vivir sin una arepa, unas caraotas, una hallaca, una lata de diablitos, una colita, una “Polar”, un joropo, o una empanada. ¡Tampoco te vayas!
- Si te encanta una playita, un coco frío, un rompe colchón, siete potencias y una de música a donde quiera que vayas. ¡Quédate en tu casa!
- Si no puedes vivir sin: cachifa, guardería, gimnasio. ¡Ni hagas la maleta!
- Si no soportas el frío y te encanta el sol. No te acerques a menos de 500 metros de una agencia de viajes, ya que curiosamente, en casi todos los países desarrollados hay invierno y el mar es frío. ¡Piénsalo!
- Si tienes problemas con tu pareja y te vas a vivir a otro país, fijo que divorcian. Y al que no me lo crea, que haga la prueba. ¡Emigra!
- Si estás acostumbrado a ser el centro de atención, y a mirar a los demás por encima del hombro. Si te las das de levantador, tira besitos, el más ricote del edificio, la última “Pepsi” del departamento, el sabrosote del “Club”. ¡Emigra para que sepas lo que es bueno!
- Si eres de los que se vienen con el pasaje de regreso comprado (por… sia). ¡Olvídalo, mientras tengas esa excusa, seguro que te devuelves!
Carlos, emigrar es como tú lo describiste: sangre, sudor y lágrimas; y sólo con una visión a largo plazo, pudiese estar justificada esa emigración”.
Fuente: El Nacional